Este texto se presenta en dos lenguas. He querido mantener el original escrito en español porque es la lengua en la que lo escribí. Pero también he querido traducirlo para que llegue a mis queridos lectores de habla inglesa. ¡No soy traductora profesional! Pero he intentado mantener mi tono original. Nunca es lo mismo escribir en una lengua que no es la materna—hay cosas que no se pueden decir igual.
Me pasé años creyendo que lo que se me atascaba en la boca del estómago era la distancia, el espacio que me separaba de los míos, pero estaba equivocada: era el tiempo.—Ilu Ros
Desde el piso de mis padres, en la habitación del extremo este, a través de la ventana casi cuadrada, se puede entrever parte de la Serra de Vernissa y unas pocas murallas de El Castell, que corona dicha sierra y del que nosotros, els socarrats, sus habitantes, estamos tan orgullosos de tener en nuestra tierra.
El ritual de llegada es siempre el mismo: mis padres me recogen en el aeropuerto de Valencia, metemos las maletas en el coche y bajamos a Xàtiva, haciendo antes una parada obligatoria para recoger un bocaillo cerca de Alberic. Hay cosas que una no quiere que cambien, y una de ellas, además del ritual, es la icónica vista del pueblo (o ciudad, como siempre me dicen que diga) al llegar, justo al tomar la salida de la autovía. Es entonces cuando se puede ver toda Xàtiva, sentada a la voreta de la montaña, como si siempre hubiese estado ahí, con el castillo enmarcando y tallando el perfil natural de la sierra, y la ciudad rodeada de campos de naranjos y otros cítricos.
Volver es también viajar en el tiempo. Por eso, cada vez que vuelvo, me pregunto de dónde soy ahora. ¿De allí o de aquí? ¿Y qué es allí o aquí? ¿En qué posición relativa me encuentro?
Ilu Ros ha publicado recientemente Una casa en La Ciudad, una historia magnífica que me encontré por casualidad en la Fnac, uno de estos días en que fuimos a pasar el día a Valencia. Me reafirmo en lo dicho anteriormente: esos libros especiales que le marcan a una, que te enseñan a mirar, siempre llegan en el momento y lugar oportunos—como los amores de una vida. Curiosamente, La Ciudad que no debe ser nombrada en la historia de Ilu Ros es, ni más ni menos, mi querida Londres.
Una casa en La Ciudad trata de la búsqueda de un lugar en el mundo y la constatación de que la vida no es más que aquello que transcurre durante ese mismo proceso de búsqueda.
La historia de Ilu es poderosa porque es la historia de muchos de nosotros que hemos emigrado y que nos hemos hecho —y seguimos haciéndonos— las mismas preguntas. Yo tuve la suerte de llegar a Londres en otro tiempo y en un contexto distinto, y no pasé por muchas de las penurias que Ilu describe en su libro (lo cual me ha hecho sentir una inmensa gratitud y una profunda empatía). Pero las preguntas y las reflexiones son exactamente las mismas. También las conclusiones:
Quiero parar el tiempo. Su tiempo. El de los que se quedan mientras yo regreso a La Ciudad. Dejarlos congelados, una foto. Para que no sigan viviendo sin mi, para no perderme todas las cosas que les pasan cuando yo no estoy.
Para mí, La Ciudad —Londres— es mi casa. Y siento que volver a casa es, desde hace ya algunos años, ir —volver— a Londres. Cuando regreso a la tierra que me vio nacer, Xàtiva, poco o nada ha cambiado, salvo las personas por fuera. El paso del tiempo se observa con nitidez en todos nosotros. Pero venir —o volver— después de haber ido, le da a una una magnífica ventaja: la de poder ver las cosas, el mundo, este mundo, desde otra perspectiva. O, mejor dicho, a través de otra lente.
Justo eso es lo que se aprende al dibujar. Dibujar no es más que aprender a mirar, a ver las cosas tanto como son, y como queremos que sean. David Hockney es de los que piensan que un dibujo es más real que una fotografía, precisamente porque incorpora la experiencia humana, directamente de la mano del artista.
En este último viaje en el que he venido (¿o vuelto?), he tenido la suerte de poder visitar el Centro de Arte Hortensia Herrero, en Valencia. En la sala 12 se esconde un pequeño tesoro: un par de dibujos panorámicos que Hockney hizo de su casa en Normandía, durante la llegada de la primavera. He visto estos dos dibujos cientos de veces en el libro suyo que he recomendado cientos de veces más, pero la sorpresa fue verlos en vivo y directo, a ese tamaño que revelaba ese trazo suyo tan fluido y auténtico.
Su casa, esa casa dibujada, la de Hockney, no estaba en La Ciudad, pero tampoco en el lugar que le vio nacer. Una podría sentirse extranjera en cualquier rincón del mundo, pero si te pones a dibujar ese lugar, te acercarás un poco más a él, y quizá —sólo quizá— puedas conseguir parar el tiempo. Tu tiempo. O, al menos, y por un instante, sentirte como en casa.




No puedo parar el tiempo, como Ilu Ros desea en su historia, que es también un poco la mía, pero al menos sí puedo doblar el espacio. Siempre he pensado que mi casa es el lugar donde están mis libros, así que prefiero pensar que soy doblemente afortunada: tengo dos casas en lugar de una.
Una aquí y otra allí.
Leed el libro de Ilu Ros! ❤️
✏️✨
Happy sketching!
Ana